Atchís!

Muchas veces, la vorágine diaria, las exigencias, las responsabilidades y por qué no las manías, nos impulsan a vivir, como si estuviésemos en medio de una maratón... (y, desde ya, sin premio alguno por llegar primero)...
¿Les cuento algo? El cuerpo, esa máquina en apariencia tan perfecta, en realidad, no lo es; tiene fallas y  siempre- y a modo de "souvenir"- recibe todos y cada uno de nuestros impulsos nerviosos, sean estos conscientes o inconscientes... A veces, tenemos la fortuna de recibir señales de alerta; otras, directamente, no hay tiempo...
A lo largo de mis escasos (?) años he tenido que ver cómo personas muy queridas (y sanas) sufrían por cuestiones que, al parecer, excedían su voluntad (y sus ganas). Hablo de gente que amo y que hoy no soportaría perder...
Ojo, yo también soy una de esas maratonistas de la vida, terca y bastante obsesiva que, solo a veces (y la fuerza) se me da por reflexionar...
Disculpen este arranque de sinceridad extrema, pero necesitaba compartirlo ... Por si acaso otro de los corredores, se quiere sentar un ratito..
Es tan simple como Sonreir, soñar, amar, equivocarnos (sin dejar de intentarlo) . Se trata de ser MUY felices con las personas que más queremos y NUNCA, JAMÁS, permitir que algo insignificante nos prive de lo único valioso que tenemos: La vida.

Dialécticas

Sabía que estaba ahi, siempre lo supo. Fingía que no lo veía pero ello, pese a su voluntad, no lo volvía invisible. 
Se recostó sobre su cama y permaneció así... un momento. Al cabo de unos minutos optó por hacerlo:  abrió de una vez el cajón y liberó el libro. La adrenalina recorría su piel y a penas podía domarla. Decidió rendirse, una vez más a esa colección de palabras que, sabía, no relataba una historia sino que, más bien, saturaba de retórica decenas de páginas blancas.
Reconocía el peligro que representaba tenerlo tan cerca... También su debilidad por las metáforas (y los paréntesis).  Tendría que haberlo devuelto a aquel cuarto,aquella tarde, en lugar de ocultarlo en ese cajón que, sabía, no la protegía.
El vaivén de cada línea onduló su firmeza y la mudó de rectángulo y, aunque era un espacio habitual, improvisó cada punto y cada línea, sin programar la cohesión.
Sucumbió ante el manuscrito sin prisa, ni pausas; se dejó vencer por la dialéctica. Sus libros no eran equivalentes o, quizá, era ella quien no lo admitía...
Luego de tantos veranos aún la seducía el relato. No tenía caso negarlo; lo había relegado 100 veces, mas 101 veces más, lo había devuelto a sus manos...  Si acaso pudiera eludirlo... La superaba, la desbordaba... la conducía... y pese a sus tantas excusas... la confundía...
¿Por qué permanecía tan cerca, tan suyo... tan ajeno? Por qué tan añejo reloj  lo retenía...? Odiaba repreguntarse y analizar para discutir aquello para lo cual, sabía, no tenía veredicto ...



Paralelismo

Alguien más diseño nombres y rostros para aquella historia, 17 veranos antes... Sus fugaces encuentros, su pasión, sus sueños... Las miradas cómplices (jóvenes), cada pausa; el beso. La espera, las dudas... los miedos  y esa manera absurda y cobarde de no atreverse a más. Todo estaba allí, estratégicamente ordenado; incluso París y sus sombras... También el adiós.
La escena la devolvió a lo real, a ese perverso cubículo que despedaza su sueño en un violento parpadeo; a ese resignado espacio, que aún no consigue dejar, pese a incalculables intentos...
Pensó entonces en Jesse, en sus ojos; su realidad y su suerte. También hubo un libro entre ellos y un adiós... y una estación y cientos de espejos...
No pudo disfrazar su emoción al divisar en imágenes, su propio cuento. La vida le estaba gritando que un amor fugás nunca es más que eso y que tan solo entre fotogramas puede volverse eterno...
Pero no quiso escuchar; cerró sus ojos y decidió no verlo. Tampoco su cuarto es real y en cambio, es su refugio (su dueño). Supo que la realidad no basta para vivir y que la magia, no siempre se aleja del suelo...
Y así, en medio de tantos mareos, optó por no dejar de leer, quiso gritar, lloró y volvió a sumergirse, una vez más, en su cuento...






Compases...

Lo que siguió  fue... ¿versátil?
La decisión de volver reglamentó su estructura y su esquema...
Levitaba, a penas podía creerlo y, aún así, se permitió naufragar, ya sin más, en aquella historia (su historia); transgredió fronteras, prejuicios... desmanes... No hubo espacio esta vez para alojar esa duda, la eterna (la injusta), más el ángulo suspicaz supo desviar su andar, un segundo... Entonces, en el preciso instante en que invalidaba el frío, solo el calor de aquel cuarto logró dibujar, sin piedad, en labios tan aturdidos.
No fueron muchas visitas, solo las justas (intensas). Se permitió regresar, cuando lo creyó oportuno, sin bosquejar su tablero.
Jamás se sintió  tan liviana; tan plena... tan ella...
Imaginaba el reencuentro durante todas las horas, al cabo de todos los días. Soñaba con ese abrazo... con ese beso, mientras evocaba Amelie y su incompatible hechizo.
Los días de duendes y hadas se habían esfumado de golpe en una sombría esquina,  una nubosa mañana, en París. Había jurado abolir toda magia luego de aquel abrazo, furtivo. Había decretado sentir en marco de leyes reales y caminar, sin pisar, nada más alto que el suelo... Más, su amnesia atemporal quiso y burló su afán,  cuando la plantó (¿por azar?), frente a esa misma ventana...
Una vez más se sintió incapaz (y sonrió por ello). El cuarto volvía a absorberla:  no era su tiempo, su días; era más bien que su prisa había extraviado el reloj y su ritmo,impaciente, había redimido compases...
Cautiva en tan prodigiosa escena (y guiones), no recordaba que, a un lado, aún se encontraba el cuento que supo apartar, sin dudar, a las 6.50, aquella fría mañana. Un cosquilleo infantil sedujo sus voluntad y lo tomó entre sus manos, lo abrió y con idéntico ímpetu clausuró su intento. Abrió el pequeño cajón y lo resguardó allí dentro. No había pensado en dejarlo y, en cambio, sabía que Peter Pan, también merecía dormir, en algún momento...

Curvas

Abandonó su sueño de un salto. Eran 6.50 am.  Justo detrás de sus pasos, algó se desplomó sobre el suelo: un libro, el otro libro... Se recordó dormida en sus páginas. Lo levantó y lo hizo a un costado. (Subestimó su importancia).
Preparó mate (casi un ritual matutino) y se sentó, un momento. Luego de desayunar, salió.
No estaba muy decidida pero, con solo divisar el portal, supo qué debía hacer.
A penas ingresó percibió algo extraño: estaba más ordenado (y limpio) allí dentro. Se preguntó si acaso alguíen más visitaría ese cuarto. Registró el lugar, también aquella mesita. Le sorprendió descubrir que la falta no le había afectado y que, por el contrario, se mantenía muy bien sin el segundo libro ( el cautivo)... Sonrió.
Era el momento. Se aproximó a la cama para rescatar su historia (la única) y se declaró incapaz de evitarlo; aún sin saber por qué, una extraña aunque exquisita emoción recorrió su rostro y una sensación de alivio supo abrigar su pecho.
Lo sabía: era distinto, como antes... como al principio, como aquellas veces... Algo había cambiado o, acaso, algo había cambiado para volver a cambiar y así rescatarla, una vez más.
Se tomó unos minutos para disfrutar del momento: lo había esperado por meses... De pronto, segura, confiada ( Y feliz!!) osó reconquistar sus líneas.
Había dejado el reloj en la puerta del cuarto. No divisó excusas (ni miedos) y entonces lo supo: lo mejor...  estaba a punto de comenzar...



Furtivo

Aquella llamada la tomó por sorpresa. Habían hablado antes y, sin embargo, se sorprendió esta vez.
Saltó de la silla y respondió al instante.  Sin que pudiera notarlo, una sonrisa  elocuente delineó sus labios, y suspiró...
Durante toda la tarde intercambiaron miradas... y guiños. Él respiró muy cerca... ella se apartó...
La esquina furtiva volvió a reencontrarlos, como alguna vez;  antagónicas curvas, homónima intersección...
El miedo jamás se afilió a su aventura y, pese al millar de palabras, hay temas que no se hablan... jamás.
Una mirada les basta para descifrar lo que piensan (y sienten) y, sin cuestionar voluntad (o ganas) hay algo que los vincula, sin más. Siempre fue así, desde aquella noche, cuando por fin se atrevió. Entonces lo supo: ya no podría volver, aprendió a convivir con ello y, al cabo de curvas y cruces, por fin, lo asumió.
Aquella tarde también regresaron juntos. Hablaron tranquilos, un rato, hasta que detuvo su marcha y, una vez más, su intención. Y entonces, sus besos; sin juramentos, sin sueños... sin reglas. Ella descendió del auto. El se marchó. No hubo excusas, ni normas. Ella jamás pregunta; el nunca, jamás, le explicó... No es racional, lo sabe, pero no puede dejarlo; otra vez, no...
Apagó la luz y se acurrucó entre las sábanas. Una sensación de calma abrigaba su pecho, y su espalda. Había dudado unas horas antes de confiscar ese libro. Su historia aún permanecía allí, también una parte de ella; pero claro que aquello era distinto... El repentino capricho supo distraer su atención (y sus ganas). Solo por eso, sabía, había valido la pena...


Esquinas...

Al cabo de unos cuantos metros miró sobre el hombro. Lo meditó un momento. Dos pasos más y lo supo: Debía subir. Quería intentarlo...
Todo el camino de vuelta meditó la estrategia. Recapituló cada línea, cada  sonrisa y una vez más, todo el guión.
Corrió por las escaleras  y se asomó a la ventana. Entró sin dudar, de un salto. La tan reiterada escena anticipó cada paso; arrimó el banquito y dispuso el  libro sobre su falda. Comenzó a leer. Solo unas líneas (se dijo) y sonrió aliviada sin preguntarse, siquiera, el por qué...
Sobre el final de la página se puso de pie. Ese era el pacto, insistió.
En medio del ridículo apuro tropezó con su miedo y cayó, sobre el costado opuesto de la misma cama. Un frágil escalofrío le recorrió la espalda (y el pecho). Debajo de la mesita, pequeño y como cotejando el peso, descubrió otro libro. Temió. No debía (quería). Esperó. Una mirada encubierta le reveló su portada (y el título).  El ímpetu irracional la convenció de acercarse. Lo abrió. Leyó unas palabras. Reconoció la historia. Suspiró. Había leído ese cuento una vez (algunas veces, pensó).
Tras una primera mirada  descubrió una marca, pequeña, por la mitad. Se sumergió en esa historia, memorizó alguna pausa, cada silencio... y el fin(todos ellos).
Tuvo el impulso de devolverlo,  abandonar ese cuarto, como aquella vez. ¿Tenía sentido volver a arriesgar? No pudo (no quiso) y, en todo caso, no era  la misma trama (¿a caso era el mismo formato? ) Sabría que hacer con él...
Entonces, de cuclillas y en un rinconcito, cargada de dudas (y sueños) decidió esperar... Sabía que decidir no estaba a su alcance. Algo la había conducido hasta el cuarto (dos veces) y, en medio de tantos silencios y  atajos, ¿qué mal podría hacer ella, con solo sentarse a leer?

Vértigo

Un súbito frío abriga su  piel y la enjuicia. Ya no se atreve a subir y, en cambio, vigila insegura detrás de ese vidrio.  Se deja alcanzar por el vértigo... y las sombras. La misma ventana, la  tan venerada historia que ahora decide pausar...
Pasea a menudo delante del cuarto; sonrisas inquietas, miradas esquivas y finge no ver (pero mira). Decide sentarse, tan solo un instante, sobre el anticuado portal que tan bien la conoce, y espera...
Y entonces regresa ese hada, idéntica puerta, homónimo túnel (el mismo ascensor). Recorre sus pasos, repasa sus huellas, una y otra vez.  Deambula incesante entre esas miradas, de lejos (sin ver)... Vuelve a encontrar ese parque, idénticas luces, la indeleble plaza y aquella mañana (tan gris)
Olvida minutos, confunde la horas; los días... Se atreve a reír.
Un repentino abrazo la salva del frío y del miedo. Sonríe en silencio en aquellos brazos... tan ciertos, tan suyos... se deja ser...
De pronto, un sórdido ruido enciende sus ojos. Se pone de pie, confundida. Camina sin rumbo (mareada) ... Una sospecha agridulce recorre su rostro. Suspira y sigue adelante, una vez más, adelante, sin ver...


Vaivenes

La sedujo la luz, ese pequeño haz que se asomaba sin prisa debajo del vidrio. Juraba haber apagado el farol antes de dejar el cuarto. No se alarmó y, en cambio,  se  preguntó si sería muy pronto...
Con tantos libros en los estantes, ¿por qué, otra vez, aquel?. Conocía la respuesta, pero le resultaba imposible explicarlo. Sabía que no era real, que no debía creerlo y sin embargo... creyó.
Quizá si esa noche no hubiese esperado... si acaso esas líneas no hubiesen gritado... Desautorizó las hipótesis; incluso si pudiese cambiarlo, no lo haría. Repetiría cada segundo, cada momento... cada mirada...
Estaba allí, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo...
Un agridulce incómodo sincronizaba sus miedos, que habían mutado, que casi no hablaban, y que aparecían, en cambio, para afirmar su dominio.
Volvió a recordar esa tarde que decidió dejarlo... La angustia, las dudas... Habían pasado ya meses...
El libro sobre su falda, la mirada atenta y... no se atrevía a avanzar. Volvió a interceptarla el final; ese villano ambicioso que sobrevolaba inquieto cada linea. Lo había burlado una vez pero... no duraría por siempre. Lo sabía.
Hojeó las páginas, calculó las horas y suspiró. Cerró sus ojos, repasó escenas; investigó el guión... De pronto lo supo:  no era capaz. Aún no...
Separó el texto de sus rodillas, se puso de pie y huyó...

Peldaños...

Y aquella tarde, una vez más, decidió intentarlo. Vislumbró la historia detrás del cristal, como cada día, sobre la misma mesita. Respiró profundo y escaló a la ventana...
Habían pasado unos días desde la última vez. Se preguntaba si acaso sería lo mismo. Se tomó unos minutos para recordar los capítulos; percibió miradas, proyectó sonrisas y finalmente... lo abrió.  Lo recordaba más breve; sonrió aliviada al descubrir su error.
Se despojó de abrigos (y dudas), acercó el banquito y comenzó a leer; volvió a zambullirse en la historia, como el primer día... como cada vez.  Así transcurrió su tarde,  la  consecuente mañana y el atardecer que siguió...
Sin que pudiera notarlo, volvió a naufragar en sus olas. Pero esta vez, sin temores. Conocía el océano y sus peligros. Había asumido ese riesgo al comenzar a leer. Pero entonces era distinto... Lo sabía.
Había superado oleajes y se juraba, tenaz, que ahora sabría enfrentarlos...
 El transcurrir de los días le moderaron los miedos. Decidió entonces que no debía correr.  Con mucho cuidado, dejó  el libro sobre la mesita y apagó la luz.  Tranquila, sin prisas, abandonó el refugio. Cruzó la ventana y regresó a lo real (a la otra esfera).
Sabe que volverá, pero no esquematiza... quizá sea el martes, o en una semana.
Sonríe y, en silencio, comienza a andar...

Prometo que no lloraré... Te voy a extrañar morocho...

Prometo que no lloraré... Te voy a extrañar morocho...
Me parece mentira que, luego de casi 3 años, ya no estaremos juntos... 
Todavía recuerdo la primera vez que nos vimos; recién me mudaba, me sentía sola... Te vi, me viste... caminamos juntos... Desde ese primerísimo día me acompañaste. Te adaptaste sin chistar a mi ajustada agenda y estuviste ahi (aquí) en mis peores momentos... Siempre a mi lado, sobre mi cama... Te acordas cómo saltabas? Siempre quisiste volar...
Se que te herí muchas veces (lo siento)... Tuvimos momentos difíciles y, pese a mi falta de atención y mis daños, siempre me perdonabas y volvíamos a empezar... Me duele saber que esta vez es distinto, que ya no estarás ahí, para mi...
Recuerdo cada domingo, cada tormenta en las que estuviste conmigo, sólo para que sonría o para que llore, pero a tu lado... Mis noches y mis inviernos ya no serán lo mismo... No quiero pensar en el frío que dejará tu ausencia...
Gracias por todo pequeño... Y perdón por no aprender a cuidarte...
Te voy a extrañar...
Hasta siempre, control remoto...

De retórica y duendes...

En puntas de pie y sobre un banquito, se asomó a la ventana. Estaba oscuro. No se oía ruido. Escaló lentamente y entró. Era un espacio pequeño, opaco. Sobre una mesa, bajita, un libro de tapas grandes la examinaba curioso. Se acercó... lo abrió. Encendió la diminuta lámpara que decoraba la esquina y comenzó a leer. Le fascinó la historia: llena de duendes y hadas; a penas real (no le importó). Se devoró las páginas... Rió a carcajadas, lloró, soñó; volvió a reir y una vez más... dudó...
El libro le consumió los días (su vida)... Por unos meses.
Pasaba en ese cuarto casi todas las tardes, algún amanecer y cada madrugada. Sus rimas protegieron su abrazo durante el invierno.
Cada noche diseñó finales para su cuento... cientos. Era imposible acertar: la historia giraba sin prisa, con pausas... sin vientos. Quizá fue eso lo que la atrapó: el misterio... el azar... la magia...
En un momento pensó en abandonar el libro, cerrarlo; sellar para siempre aquella ventana y no regresar a ese cuarto, jamás. Lo intentó... No pudo... Incluso cuando le quemaba la vista (y los sueños) siguió...
Se aprendió de memoria cada escena, ensayó cada acto, improvisó todo el guión. Imaginó escenarios y ritmos. Respetó los puntos y las comas y entre puntuaciones diversas lo descubrió: encontró la manera de burlar el final; adhirió párrafos; erráticas lineas que demoraron la historia, que alargaron el cuento que jamás  terminó...
Aún no se atreve a transgredir el recuadro; las crueles fronteras que le demarcan las tapas... Terminarlo significaría desaparecer del cuento, volverlo irreal, condenar la magia a unas cuantas lineas afónicas sobre una mesita... oscura. Prefiere evitarlo,  visitar pocas veces el cuarto y dilatar el final con unas cuantas letras ficticias; Caminar errante y de la mano de ese hada que vuelve a invitarla a pasear, sin un reloj (un ratito)...

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...