Furtivos, intensos... escasos

"Yo te quiero", le dijo ella... "Yo también te quiero", replicó él y nunca antes había sido la semejanza tan desigual. Él sin duda la quería; ella, en cambio, lo quería a él...
Inviernos, otoños, veranos osaron discurrir con prisa por sus agendas, mientras la vida seguía su curso, sin preguntarles jamás... sin esperarlos...
Habría adoptado su diario, su voluntad, sus defectos; mas solo copartían ratitos; escuetos, fugaces (chiquitos).
Jamás le sostuvo su mano ni la abrazó por la espalda; no hubo cine,  ni flores ni eventos; siempre palabras, susurros... momentos. El desde luego lo sabe (lo aprueba); ella también lo sabe, más no se resigna y espera...
Tantísimas veces se alejó de él y se juró olvidarlo o al menos, tal vez, aceptar. Más nunca se fue del todo, nunca logró dejarlo... Sin prisa y con calma vuelve a esperar esa voz y se aventura a soñarlo. El ni siquiera sospecha; ella en silencio lo acepta, para volver a negarlo. Pero sus pausas no duran, tampoco sus no... y vuelve el reloj a juntarlos,  con plena pasión (sin testigos); siempre en oscuros rincones, sin proyección... tan furtivos...
Una y mil veces amará a Joaquín, cuando pensar y sentir discurran a contramano, y decidirá aceptar, sin más, solo esos ratos discretos, poco prudentes (y escasos). y le dirá "te quiero" y escuchará un "yo también", sin atreverse, jamás, a cambiarlo...



Bis...

Al cabo de algunos días volvió a asomarse... Juró y re juró que ya no lo haría y en cambio... Volvió.
Era distinto, sabía y sin embargo... Idéntico era el dolor...
La misma ventana a la misma altura; un poco más alto, el mismo escalón. Respiró hondo y se armó de coraje. Escaló con paciencia y entró.
El cuarto aún estaba oscuro, tal cual cómo lo dejó y percibió otra vez ese frío; ese helado susurro que una vez más la atrapó.
Cruzó por aquella puerta y se sentó en la cama; miró de reojo ese hueco, detuvo su aliento y lloró... Casi un millar de imágenes se aventuró en su frente y junto a cada recuerdo se le empañó el corazón... Volvió a sentir el vacío que también sintió aquella tarde, cuando arrojó ese libro; la misma tristeza... El mismo temor.
Estuvo unas horas mirando ese hueco, el que cubría la alfombra que jamás destapó... Se le cortaba la voz mientras juraba en silencio y en cada suspiro repitió su nombre y junto a sus letras... Un no...
 Flaqueaban sus piernas, dudó su coraje,  temblaba de miedo... Y amor.....
Supo al pasar unos días que ya no debía intentarlo... La más dulce de sus sonrisas quedó sepultada en la alfombra; sus ilusiones y sueños se ahogaron sin tregua en ese agujero infinito, sin sol...
Se puso de pie y regresó a la ventana, mientras volvía a jurarse que ya no cabía otra opción.... Habría entregado sus noches por encerrar sus recuerdos, junto a esa misma cama, a un lado del mismo hueco... Junto a ese helado refugio que supo asfixiar su pasión...
Odiaba las despedidas, más nada podía evitarlo; no habría tenido elección... Tras superar la primera, se aventuró a la segunda y lentamente... siguió... La cuarta, sin dudas, fue  muy difícil, la que más dentro suyo caló. No había rencores, ni enojos;  sólo tristeza, cariño y el más demorado adiós....

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...