De vacunas, de mares... de expectros

A mi las vacunas no me hacen efecto. No sé de dónde proviene el antojo pero es así: no genero anticuerpos. Con las emociones me pasa algo similar: las conozco pero... no las prevengo; sé cómo puede ser, imaginarlo -quizá- mas nunca -jamás- preverlo. Es como que mi inmunización se volvió inmune (¿permeable?) a los malestares varios que -día a día- enfrento...
"Soy el elefante blanco de las emociones ajenas", aseguró él, aunque el suyo no era blanco en verdad;  yo me apropié su metáfora, asumí un color y le atribuí un pretexto. No puedo asegurar si era tal el eco que quiso iniciar Raúl, pero supe -apenas leí- que describía mi psiquis (mi expectro)...
Yo soy ese elefante blanco que baila para todos y para mí permanece ajeno; como si perdiera interés (o efecto). El elefante que siente culpa, duda y miedos, como si faltasen vacunas; como si nada pudiese hacer al respecto; como si cansado ya de bailar, pefierese -sin más- navegar, en el aturdido mar, fluctuante e inquieto.

Aquí, conmigo

Siempre me pasó. Recuerdo cuando compartía mucho tiempo con mis amigos y, de repente, precisaba un ratito para mí, a solas... Ellas lo saben muy bien (aunque no siempre lo comprendieron). La vida me convidó la suerte -además- de tener el cuarto siempre para mí y esa fue la  vasija de roble que supo añejarme el vicio. Luego llegó lo mejor: mudarme -por fin- yo sola y ahí... ya no hubo vuelta atrás. Hay quien no sabe estar solo (Y lo respeto mucho) pero, incluso con lo lindo que es compartir, los reto, los desafío y animo a la vez  a atreverse a disfrutar (¡a elegir!)  la magia que trae consigo, quedarse con uno mismo, a solas...❤


De rinconcitos y huecos...

El dulce de membrillo siempre fue de papá, con queso. Si le sumamos un té (y tal vez un poquito de pan...) me atrevo a arriesgar -sin dudar-  que es la mejor de sus cenas. Yo siempre preferí de batata, sin queso ni tampoco pan; solito y original y, por supuesto, de noche; en ese momento puntual, justo después de cenar, en que a mí -al igual que a papá- me da un no sé qué singular que no se alivia con fruta. Entonces, asoma mamá y el rinconcito especial -que nadie osa asaltar- y que refugia, sin más, secretos de los más dulces. Ella no sufre esa urgencia y, si acaso tuviese que optar, prefiere el que se hace con leche...
Hace ya un par de días que tengo escondido este antojo y tanto es así que anoche, cuando volví de cenar, hice una escala puntual que... sobrepasó mi sorpresa: no era el que hace mamá ni el que come papá; ni parecía membrillo...  Tal vez, el dejo fingido -ireal- de mi vecino impostor también me decía algo...  
A veces, corremos tanto -sin respirar- que no paramos para escuchar (ni escucharnos), hasta que oprime el alma y ahí... ahí no hay dulce que baste, y menos si no es de verdad. Hay huecos que nos envuelven y apenas nos dejan espiar, por la rendija porfiada y letal que nos confunde y marea para -aturdidos- andar, perdiendo riegos, corriendo ritmos...
No importa las vueltas que dé, los pozos en que ose caer; el dulce de membrillo siempre será de papá y yo, una turista casual que intenta entender que, en verdad, no hacen falta cajitas para sentirlos conmigo...




Dejé mi peine en Alemania

Estoy casi segura de que lo dejé en Frankfurt, porque fue ahí donde (también) dejé una parte pequeñita de mi que, todavía, no encuentro...
"Se te veía tan bien... tus ojos brillaban distinto", insiste otra vez mamá, como apoyando -sin sospechar- la hipótesis que pienso y re pienso... tanto. No puedo recordar Alemania sin sonreír; como si no hubiesen defectos allí o como si acaso mi ser, ahí, encajase perfecto.
Hace casi  4 meses que todo está más enredado, como si en verdad le faltase un peine; algo que lo alinie (me calme) y me rescate -por fin- del naufragio exótico -y vil- en que me veo inmersa... 
No tiene que ver con raíces; con un apellido así, no osaría jamás cuestionar de dónde es que vino el bisnono; al margen -claro- de los hábitos de papá y esta pasión especial por todo lo que es la familia... 
Acá, todo parece normal; justo, preciso e igual que el lunes bendito aquel, en marzo. El tema es que yo ya no estoy igual y no me siento la misma. Dicen que si te vas de viaje, nunca volvés igual, no sé si es el avión (¿el free-shop?) o algo que subyace ahí, entre medio, pero hay algo de uno que nunca -jamás- se atreve a volver consigo y nos vemos, de pronto, así: raros, desencajados, perdidos; como buscando ese no se qué, que no sabemos qué es pero nos deja incompletos... distintos.
Y ojo, no es que me sienta mal, sino que todo parece enredado; como si faltase un peine; el peine que dejé ahí (¿sin querer?) entre ilusiones, ficción y suspiros...

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...