Rediagramando recuadros

El mérito de una página en blanco radica en la libertar de crear... de creer.  A penas restringen los márgenes; osados confines que no debiéramos trascender. Por lo demás, exento de limitantes. No funciona igual con un puzzle: alguien  se ocupó del diseño y nos alienta a reconstruirlo, del modo que así se ideó. 
Creí en  bosquejos ajenos (¿designios?) y perseguí algún capricho. Fingía fluir en el "mientras tanto"... Las complicaciones  afloran junto a las últimas piezas, aquellas que no encajan (en las que no cabemos); cuando nos empecinamos en vincular dos dibujos que (¿por azar?) resultan incompatibles; cuando la desilusión nos alcanza, nos hiere... nos confunde, nos hace sentir incapaces. ¿Incapaces de qué?¿ De vivir el sueño que alguien soñó? No lo sabemos, no lo entendemos y hasta insistimos, en vano, en una etérea parodia sin texto que parodiar... se nubla la vista, se tiñen los sueños y se desdibujan contornos que siempre... que siempre trazaron tu "plan"... 
En medio de tanta bruma,  osamos abrir los ojos, para avanzar, cual ciegos, por  ese vago sendero que no se ve, en busca de algún horizonte que se escabulle.   Volvemos a ejercer presión sobre esas últimas piezas con la renovada esperanza de que, esta vez, van a ensamblar. Y entonces, cuando el dibujo es cuasi perfecto, cuando el diseño pretende absorbernos...  se quiebra... se parte... se esfuma... se pierde. 
Abandonamos el puzzle, nos despojamos de líneas, de formas... de ruidos y, de repente,  tras ensordecidos silencios, volvemos a oir. Y a mirar.
Entonces, amurallamos los miedos. Tomamos un nuevo libro y comenzamos a redactar, sin leyes, sobre esas vírgenes páginas bajo un ávido titular:  HOY








Muchas gracias Londres; hasta siempre Paris...

Comenzó  entre pasaportes y tarjetas de embarques. Fue un día cualquiera, un año cualquiera, a la hora que tuvo que ser.
Siempre lo supe: me encantaría Londres, incluso antes; también después...
Your name?, preguntó, y  me perdí en su sonrisa. Hablaba español...
Silencios, Susurros, simpático acierto... ¿Algún error?
Alguna noche, cada mañana; el tan esperado beso y el más triste adiós.  
Dejé de soñarlo, dejé de esperarlo y volvió, y se quedó para siempre, por un ratito... 
Nunca me gustó Amelie; no creo en la magia animada y, sin embargo, creí en París. Amé Paris. Odié Paris...
Más de tres despedidas, dos de hasta luego; dos de hasta siempre...
A veces las más lindas historias no tienen  los mejores finales; como esa peli perfecta que termina mal... O bien, desde otro punto de vista (francés).
Cualquier final nos desequilibra, nos perturba, nos llena de miedos, de broncas, de dudas y  nos devuelve a ese espacio seguro donde fuimos felices, un rato...  Como aquella tarde, como  su madrugada; como  la mañana que muy insolente asomó. Como  su abrazo, como sus ojos; como  sus " tú" y  mis "vos"... Hamaca que deambula en "te quieros" y que inevitablemente termina en adiós.  Y nos empuja más lejos, a ese terreno que no soñamos, que nunca elegimos y sin embargo, está ahí, aquí, esperándonos.   Despiertan los sueños,  se rompe el hechizo, la locura se vuelve insana.
Nos refugiamos bajo las sábanas, como cuando éramos niños, para calmar el dolor... y los miedos. Y entonces descubrimos que nuestra cama de grandes, no tiene el mismo poder..  Algo se quiebra con el reloj: ¿la magia? ¿la suerte?
Lloramos, nos enojamos y nos respondemos preguntas que no nos atrevemos a hacer. 
Pero algo nos interrumpe, es ese hada que huyó de París, que vuelve.  Nos toma la mano y nos invita a viajar...  y le decimos que sí, sin dudarlo. No puede decirnos dónde, pero nos promete algo que decidimos creer:  siempre podremos reír...

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...