De golpes, de efectos

Por alguna extraña razón (o tal vez un astuto oximoron), los momentos más duros del vivir nos ablandan y nos arriman, ya ven, a aquellos que, también sin saber por qué, se mantuvieron distantes...  A lo mejor sea solo la esencia (o el capricho del azar) lo que nos vuelve así, humanos; melancólicos del no más, suplicantes de lo no guardado, mientras alejamos -sin piedad- a quien nos busca, nos quiere y nos necesita a su lado... Como si acaso la vida se detuviese a esperar, como sí el para siempre pudiese, quizá, renunciar al blues de corbata  y sobrevolar sin cadenas los suelos que vamos pisando...
¿Será que solo así somos capaces de ver? ¿Será que no hay otro modo mejor de enseñarnos?
De nuevo me acuerdo de vos y del capricho atroz que nos cruzó aquella tarde... Y me pregunto por qué aquel enredo cruel sigue ovillando mi vida y sí volveré a sentirte, otra vez, entibiando el frío letal que desabriga mi piel y tergiversa mi días. No, no estoy enamorada de vos, aunque podría...
Sospecho que es el temor, también, el que nos detiene así, en un receptáculo cruel, espejado y terco, que además nos hace creer que ya no es digno insistir, ni intentar, ni movernos hacia el camino con curvas, lejano e incierto... 
Qué puto se vuelve el azar cuando nos obliga a ver aquello que poco vemos, y ¡cómo duele, en verdad, querer darle marcha atrás al arbitrario reloj que tenemos...! No existe tal profesor y Steven distingue muy bien entre vida que sabe vivir e imágenes en movimiento. Solo nos queda intentar, dejar de escapar y atrevernos; para llegar -entonces-  a ser y a vivir (sin escusas ni traspiés) la vida que queremos vivir, mientras podamos hacerlo...

Love each day,  Live your life... Enjoy the ride... ☺




This is me.


Lucrecia es nombre de tía solterona, de mujer seria y acartonada; de loser… Así lo siento, desde pequeña. 
Hasta mis 16 (o 17, digamos) enloquecí a mamá con la insistencia incesante (voraz) de cambiarme el bendito nombre.  Pobrecita mi mamá; ella me explicó hasta el cansancio lo mucho que amaba (y aún ama, supongo) el modo en que decidió nombrarme. Sucede que, al parecer, cuando ella era chica, también, tenía una compañera del cole -al menos, ante su mirada- completamente perfecta: buena, bonita, inteligente, y, por alguna extraña razón, asumió que… todo lo espectacular de esta flaca, podría transferirlo a su hija; que vengo a ser yo, quien escribe. 
Sí, la historia es muy emotiva y hasta me conmueve, un poquito; es por eso que, al crecer, dejé de luchar contra él y decidí mantenerlo, aunque con ciertos ajustes, “convenios”.  Luego de años de Lucre llegó el esperado Lu y, claro, no fue nada deliberado; tampoco es que los obligué sino que, más bien… tracé una sutil estrategia: empecé a presentarme así, como Lu, como para disimular; para que nadie sospeche que, en verdad, no era Lu sino Lucrecia el título de mi documento. Claro que nada es gratuito y, en más de una ocasión, me “ligué” algún “Lucía”, “Lucila”, “Luciana” y hasta “Ludmila” -recuerdo- pero todo resultaba mejor (e incluso menos traumático) que revelar el misterio. 
Un día cualquiera (hace no mucho, verán), sin siquiera sospechar, me cayó la bendita ficha: “Tía… tía… ¡Tía… Lucrecia!”, arrojó ella, mi pitufita del alma, con total naturalidad y sus tan solo 4 años y, ante mi rostro ofuscado y mi arbitrario “no” la remató -sin piedad-: “¿Y cómo te puedo llamar?” y me hizo caer en la cuenta… Mi anular permanece desnudo y la petisa me llama tía… ¡Tía Lucrecia! Caramba, al parecer, se complica…
Si es que me atrevo a indagar (a atravesar el prejuicio), encuentro que el nombre, de origen latino (¿local?) no está, en verdad, tan mal, según su etimología: “Lucrecia, la que gana”, leí en las 3 w y hasta me convenció, un ratito. También encontré atributos que, desde lo racional, jamás me adjudicaría. Sí, soy sensible, emotiva (y terca) pero eso no tiene que ver ni con las letras, ni el lápiz; te puedo creer (hasta ahí…) la activa función de los astros y corregir, sin piedad, lo que me quede más lindo pero el nombre jamás responderá a un mandato o, ¿acaso, la sucesión de signos aloja un poder oculto? De ser así, me lo avisan y arranco mi manuscrito… 
Ahora bien, refutaría Don “Benyo” (el profe del seminario que hasta hoy no comprendo), cuando empezamos con la cuestión, allá por mil nueve noventa y tantos, no puede haber sido igual. Según recuerdo, de chica, no hacía más que discutir con mamá; a lo mejor, lo del nombre no sea más que un condimento. Eso no quita el pesar pero al menos, quizá, lo suavizamos un poco, si le convidamos criterio. Porque, además de sensible, emotiva y terca, soy por demás racional y eso no puedo ocultarlo. Entonces, dijimos, si apenas tenía 17 cuando dejé de pelear (y el tema llevaba algún tiempo…), no hay motivo o razón para adjudicar desazón a un arbitrario puñado de letras. Es más, me veo forzada a afirmar (y hasta, quizá, a jurar) que… algo tendría que hacer, al respecto; no vaya a ser cosa que, tantos dimes y diretes, se cumpla la predicción ¡y siga siempre soltera!  

De curvas, de miedos...

Los domingos a esta hora te extraño un poquito más, en el idioma que ama Joaquín, que siempre sabrá definirme. No sé qué tiene esta hora pero te quiero acá, conmigo...
Hace ya algunos años que no sé nada de vos y hasta he llegado a pensar que, a lo mejor, jamás estaremos juntos y aunque mi razón no se oponga, se opaca un poquito el alma cuando me creo ese no...
"Tenés un problema con los rótulos", me juró; yo solo miré sus ojos...
Soy incapaz de contar la cantidad de minutos que quise sentirte así: abrigando una mano fría que siempre anheló tu coraje...
 "¿Por qué te es tan difícil ponerle un nombre?"insistió, y no supe qué responder...
Me niego a seguir así, escondiendo entre sábanas blancas temores de los más oscuros, adjudicando la absurda razón de que yo no te merezco; que mi vida va por otro lado y que en la vorágine en la que me muevo no hay lugar para vos... 
Yo quiero empezar otra vez pero no hablo de empezar de cero porque eso significaría cometer los mismos errores que me trajeron acá, a mis 30 y tantos otoños, vacíos...
"Se nota que tenés mucho miedo", dijo con cierta piedad; yo solo bajé la mirada...
"El problema es que la necesidad no coincide con el deseo", dijo al finalizar y supe entonces que tenía razón, y yo, por lo tanto, tan solo una alternativa...

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...