Los hilos que no se ven

¿Será que existe el azar, la suerte, la eventualidad? ¿Acaso hay un molde inusual;  tejidos que debemos hilar, ovillos que desovillar? ¿Será que alguien, en algún lugar,  se puso una vez a trazar caminos que debemos andar? Me resistía a aceptarlo pero, de otro modo, sino, ¿cómo se puede explicar...?

Yo no pensaba ir; era mi amigo del alma, pero estaba ya re podrida de ir a todos los "casorios" sola y, para rematar, acá no conocía a nadie por fuera de la pareja de novios. Con mucho dolor, le tuve que decir que no, que me disculpara, que no podía hacer otra cosa. Y no me moví de ahí, hasta la semana anterior, cuando me carcomió la culpa y se me dio por mirar dónde sería el festejo. Million no era tan lejos de casa y eso significaba que podría pasar un ratito, saludar a mi amigo querido y, sin que nadie lo notara, tirar la bomba de humo... ¡Ja! Qué ilusa...

Con esa estrategia en mente, salí a buscar un vestido; ir solo por un ratito no significaba ir mal, así que me propuse ponerme linda (como pude). Llegué temprano; la cita era era a las 11 y estimo que 11:15  ya estaba ahí. Sábado 16 de marzo de 2019.

-Hola, amigo, ¡Qué lindo estás!

- Gracias, amiga (bla bla bla)... Ma, llevala con Charly y los chicos.

-¿Y cómo la presento? Yo no la conozco.

- jaja, es Lu.

"Hola, ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Yo soy Lu", dije como al pasar, disimulando muy bien que ya no sería lo mismo...

Me pasé toda la tarde con una pareja que me cayó 20 puntos (y que jamás había visto), deambulando entre los pocos rostros que recordaba un poco, tomando Aperol  sin discreción y aprovechando cada ocasión para acercarme a él; aunque jamás lo notara...

Llegando al final de la fiesta, la que pensaba huir (casi entre escobas y papel picado...), osó lanzar al pasar (sin siquiera titubear): "yo estoy como para seguirla"; "yo también", respondió él, y hasta ahí nos llegó el impulso. Casi sin darnos cuenta, estábamos afuera otra vez, los últimos invitados, tratando de elucidar cómo regresar a casa. "Te llevo", atinó él, y mi único bastión de mesura lo levanté ahí, cuando respondí, sin dudar, que él no estaba para manejar y yo mucho menos, para oficiarle de acompañante.  Así que me pedí un Uber (en realidad fueron dos, pero eso no viene al caso) y me fui. No hubo un beso, ni un abrazo, ni un quizá; solo un "nos vemos", de esos que no  suelen cumplirse...

Pasaron los meses y, entre tanto, no perdí oportunidad de recordarle a mi amigo lo mucho que me interesaba Charly y él, como buen amigo también, me repitió unas 20 mil veces que Charly estaba casado...

Una mañana cualquiera, al tiempo, me sorprendió un mensaje. No recuerdo muy bien qué decía; solo que respondí y eliminé el contacto. Desconocía su situación, pero tenía clarísimo que yo ya no estoy para un rato...

Pasaron unos meses más, quedé varada en New York y estalló la pandemia, junto a una serie de males que para entonces desconocía... Justo a mediados de julio, en medio de su cumpleaños, mi amigo me convidó por WhatsApp, hablando de peras y monos, un "yo tengo novedades para vos, pero no sé si contártelas" y yo, que tenía la idea bien fija (y estaba podrida de estar sola en el monoambiente) no dudé ni un instante que se trataba de él.  Charly se había separado (por fin). Yo tenía razón y una emoción singular de las que no recordaba... Que "escribile", "que me escriba él", que "yo ni loca lo hago", que pum que pam que... Pasadas 24 horas (y para borrar un malentendido), le escribí yo; tan solo para aclararle que jamás lo había bloqueado (aunque jamás me creyó). Y ahí empezó lo mejor: mensajes adolescentes, excusas absurdas para llamar su atención, esperar ansiosa cualquier reacción; putear contra la pandemia y no lograr aceptar que la vida se emputeciera así... Aunque no tanto: unos 10 días después, aprovechando su credencial de "esencial", me vino a visitar a casa y ya nunca jamás se alejó. No, no la tuvimos fácil, ninguno de los dos, pero a él le tocó lo peor: acompañarme en mis momentos más duros... Me bancó como nadie jamás me bancó y sigue todavía acá, sosteniendo bien firme mi mano cuando me asaltan las dudas, cuando me muero de bronca (o miedo), cuando tropiezo otra vez (una y otra vez) con la misma puta piedra; cuando necesito hablar (o putear), cuándo no sé ya más qué hablar y también cuando quiero reír, beber, pasear (VIVIR), a su lado... 2 años y 9 meses después. 

Me resistía a pensar que existiese en verdad algo llamado destino, pero entonces, quizá, no lo podría explicar...

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