Fue en un día de septiembre porque adorabas las flores. ¿Sabes que ya hay fresias en las esquinas? Sí, todavía conservo el florerito ovalado que me compraste hace años: esta semana lo lleno de flores por vos...
Ya sé que no fui una nieta ejemplar; te llamaba salteadito, pero ¿sabés qué, abu? A nadie llamaba como a vos: Para mí llamarte era una ocasión especial y distinta, y buscaba el momento perfecto para dedicartelo entero; jamás te llamé al descuido, de camino o por compromiso ¿Y sabés qué, abu? Se me contrae el alma al recordar ese viernes en el que casi viajé para verte. En ese mismo momento se me nubló la mirada; como si acaso hubiese sabido que el tiempo se nos escurría, que ya quizá no podría, que habría sido el adiós. Eso también me quitaron...
De golpe afloran tantos recuerdos tuyos: la plata que me dabas a escondidas, el timbre que sonaba puntual a las 10 de la mañana; tus vestidos largos, los domingos al mediodia, el mate por demás endulzado, el matecito chiquito y blanco, los ravioles de verdura que hacías con tus propias manos; el ladrillo caliente para la cama helada, la tele con poco color; las gallinas, ¡el Chupino! Tus 80 en el pelotero, tus 88 aún mas concurridos, tus 90 en una pantalla; los reproches, tus enojos... El amor...
¿Sabés que me desperté justo cuando partías? Yo creo que pasaste para despedirte. Sí, ya sé, es raro, pero así soy yo, y te lo juro, abuelita, que ya lo tenía pensado, que era hasta quizá lo esperado y sin embargo, no sabés cuánto dolió...
Sé que te fuiste tranquila y elijo soltarte y pensar que, quizá, te rencontraste con el abuelo; y que ya tu espalda no pesa y que podés comer cualquier cosa sin que duela la panza, y que quizás, algún día, la que te vuelva a ver sea yo... Hasta ese entonces, Carmela, elijo quedarme con tu sonrisa y esa alegría genuina que me mostrabas y transmitías, por solo escucharme la voz...
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