A esta altura, me da francamente igual dónde fue que asomó esa e, que da tantos dolores de cabeza; lo que verdaderamente no da igual es que disfracen de inclusión, algo que en verdad es de otra naturaleza... El lenguaje mal llamado inclusivo no pretende incluir, sino aplastar aquello que el feminismo posmoderno y progresista (con el que, de más está decir, no concuerdo) reconoce como el mal peor de la época que nos toca: el hombre.
Desde luego que me aterra y repudio (y condeno) el daño y la muerte de una mujer en manos de un hombre; mal que me pese, conozco a la perfección la violencia de género pero mi Dios fue más grande (o mis piernas, quizá, más veloces...) y yo lo puedo contar. Pero igual que a un femicidio, repudio y condeno la muerte de Fernando, en mano de un grupo de giles e incoherentes (todo repletos de e) o la muerte del novio de Nahir Galarza, que, curiosamente, se escribe con A. La violencia existe pero no se anula con una e... A mi la e no me incluje, para nada, y soy mujer... ¿Sabían, por ejemplo, que ellos, en alemán, se dice sie (con minúscula), igual que ella y ellas...? Desde siempre, eh...
En el interior metemos jotas sin discreción, casi sin pedir perdón (o permiso) y las s del final las omitimos, aunque seamos un montón y, fijate vos que... nadie se siente excluido... A veces me pregunto cómo funcionará el árabe pero me atrevo a arriesgar que el problema mayor no radica en el abecedario...
La sociedad es machista, sí; estoy de acuerdo pero no considero que se anule así, cambiando de lugar las letras e imponiendo un dialecto improvisado. No, de ninguna manera. Habla con a, con e o con i, si te deja contento (o contenta) pero no me obligues a cambiar algo que para mi carece de sentido alguno. Un idioma cambia por uso, no por decreto y el problema mayor del argentino no está en la o, sino en el egoismo, la violencia, el ego y la constante falta de respeto.