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Por ejemplo, su mano en mi espalda; por ejemplo, sonrisas y sueños...
Por ejemplo, su ausencia y mi pausa; por ejemplo, nostalgias y miedos...
Por ejemplo, silencios y puertas; por ejemplo... Que me echo de menos...
Por ejemplo, su nudo en mi pecho; por ejemplo, mudismos... Eternos...

Burbujas...

Entonces,  un día cualquiera y de pronto,  tu cuerpo luce distinto; te pesan las piernas, la voz, e inoportunos senderos decoran, con algo de prisa y tesón, el marco de tu mirada.
Con cierta resignación te ponés de pie, tras la monótona queja que a penas discurre en tus labios. El cruce con el espejo es letal, pero inevitable, como ese surco nuboso que con perseverante elegancia delinea un contorno ovalado.
Los días son poco variados: trabajo, extras... gimnasio. Más de una vez por semana organizás una cena; volvés a reir con amigos y entonces, tan solo por unas horas, sos quien en verdad querés ser, sin duda,  tu mejor versión... casi sin darte cuenta...
Y por fin... viernes: ¡Llegó el finde! ¿Salir o descansar? Quisieras dormir 3 vidas, o 4, si acaso tuvieras tiempo. Conjugas ambas alternativas y, en un feroz ímpetu de añoranza, te vas a ver a los viejos, en bondi... La ruta es tan larga como ineludible y no te preocupa: lees, escuchas música y las otras 3/4 partes del viaje son para meditar "detalles" que te hacen pensar... un poco...
Y finalmente llegas, tu vieja te está esperando (siempre lo hace), incluso lo más probable es que cuando entres a casa (su casa), ya esté la pava en el fuego para cebarte unos mates. Y vos feliz, obvio, porque no importa cuan grande ya seas, nunca se es tan mayor para rechazar ciertos mimos. Te sentás a su lado, un rato, y hablas de todo, sin respirar; a  ella también se le olvida. Entre tanto, insistís con la misma puertita, reiteradísimas veces... Cada sabor te transporta: nostalgias... recuerdos... y entonces, antes de que la culpa te rememore la dieta, lo ves a entrar a papá (al viejo), con esa mirada tan dulce y esa pisada... más lenta... El calendario golpea tu hombro y pesa, con fuerzas, en cada rincón de tu espalda. Los años son crueles a veces... perversos; te obligan a parpadear, sin dudar, para ocultar que, otra vez, esa basurita tenas volvió a entrometerse en tu ojo... y  le sonreís, feliz, y le explicás (sin hablar) lo mucho que lo has extrañado...
El finde se escapa discreto pero antes, libera decenas de voces;voces que jamás se dicen y voces que... aturden, en el más excesivo silencio...
Cada regreso es igual: largo; pero ahí no hace falta disimular; la basurita vuelve contigo.
La llegada a casa (tu casa) es un baldazo helado que te sorprende (y te asusta).  Te tomás unos minutos. Siempre es igual: mezcla de pena y melancolía, mientras llamás a mamá, para avisar que llegaste, y agradecerle, otra vez, por lo que hizo estos días,  aunque de memoria sabés, que la razón de ese "gracias" excede este fin de semana.
Y  estás nuevamente ahí, frente a ese reflejo feroz, junto a un montón de metáforas. Te hablás (te aturdís). Solo estás vos y tu yo que grita, a viva voz, que esa vida que vives no es como lo planeabas.  Comienza la discusión con ese gen adversario y entonces, minutos antes de dimitir, entre renuncias y treguas, algo detiene tu voz (y tus lágrimas) y te decidís a creer, te permitis intentar que aquella burbuja, fugaz, logre crecer y durar (pueda volverse real), mientras perduren tu fe y tus ganas...


Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...