Dejé mi peine en Alemania

Estoy casi segura de que lo dejé en Frankfurt, porque fue ahí donde (también) dejé una parte pequeñita de mi que, todavía, no encuentro...
"Se te veía tan bien... tus ojos brillaban distinto", insiste otra vez mamá, como apoyando -sin sospechar- la hipótesis que pienso y re pienso... tanto. No puedo recordar Alemania sin sonreír; como si no hubiesen defectos allí o como si acaso mi ser, ahí, encajase perfecto.
Hace casi  4 meses que todo está más enredado, como si en verdad le faltase un peine; algo que lo alinie (me calme) y me rescate -por fin- del naufragio exótico -y vil- en que me veo inmersa... 
No tiene que ver con raíces; con un apellido así, no osaría jamás cuestionar de dónde es que vino el bisnono; al margen -claro- de los hábitos de papá y esta pasión especial por todo lo que es la familia... 
Acá, todo parece normal; justo, preciso e igual que el lunes bendito aquel, en marzo. El tema es que yo ya no estoy igual y no me siento la misma. Dicen que si te vas de viaje, nunca volvés igual, no sé si es el avión (¿el free-shop?) o algo que subyace ahí, entre medio, pero hay algo de uno que nunca -jamás- se atreve a volver consigo y nos vemos, de pronto, así: raros, desencajados, perdidos; como buscando ese no se qué, que no sabemos qué es pero nos deja incompletos... distintos.
Y ojo, no es que me sienta mal, sino que todo parece enredado; como si faltase un peine; el peine que dejé ahí (¿sin querer?) entre ilusiones, ficción y suspiros...

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