Racontos...



Recién te vi, en una bicicleta longeva, color azul... Miré por la ventana y... me pareció que eras vos; quería que fueses vos, con tu boina cuadrillé y esa sonrisa sagaz que siempre llevo conmigo...
Te cuento que yo nunca entendí de autos (hasta hoy), pero siempre supe que el tuyo era el más especial (apenas un poco más que tu bici); no por lujos ni por precio, sino por haber sido el puente de tantas historias que compartimos... idas y venidas al jardín, charlas de muñecas y vestidos... Alguna lágrima muy oportuna y tu capa invisible de súper héroe que, más de una vez, me salvó...
Estoy convencida de que nos faltó tiempo, siempre sucede; es como si la vida nos hiciera girar miles y miles de veces, en circulos inconclusos en los que quedamos presos y que, a veces, no nos dejan salir... Mamá me habla de vos y todavía llora; me cuenta anécdotas y me relata feliz esa complicidad incomparable en la cocina de casa; cuando inventaba recetas, solo para mimarte a vos... Ojalá te hubieses quedado otro ratito conmigo... habríamos charlado tanto los dos, entre mate, buñuelos y algún helado; eras goloso como papá; para que hable, después, la genética...
Apenas te conocí y, sin embargo, siempre me hiciste falta... Hay cosas que no se pueden jamás explicar desde la racionalidad que nos toca; pero hay algo que, sin poder expresar, late siempre muy fuerte en mí, cada vez que te pienso, sin motivos, sin razón; justo como hoy, abuelo ...

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