Pausas, banderas y juegos...

"¿No te acordás de mí?" Preguntó de repente, con una sonrisa que apenas cabía en sus labios... "Esa expresión la conozco", pensé, pero por más esfuerzo que hice, no pude encontrar un nombre que coincida con su cara... "Soy Dinie", insistió, con sus ojos más brillantes que nunca... "¡¿Dinie?!... Pasaron 18 años", respondí sin piedad, como pidiendo disculpas... "18 años...", repitió ella, con cierta calma y asombro, y me sambuyí en el pasado; en esos 5 o 6 años más que habían pasado ya, antes, incluso, de los afamados 18...
Mis clases de Inglés eran... únicas (no exagero) y con Dinie se volvía perfecto. No quiero pecar de injusta: Vero también tenía lo suyo; con su sillita amarilla, los piqui-niquis en su casa quinta, sus "You are getting on my nervs", cuando no lograba callarme y tantas locuras más que ni caben en este recuadro... Pero Dinie era distinta, tenía algo especial; con ella hacíamos listening y, pese a su figura inglesa de aparente seriedad (que contrastaba muy bien con las ocurrencias de Vero...) el esperado (y tan aclamado) "Dinie Show". Creo que sucedía los viernes, aunque no estoy tan segura y, de no haber sido así, se le parecía bastante. Lo preferido por todos era "Boys against girls", lejos, muy lejos en verdad, del debate vigente... La competencia era increíble; había una ambición por ganar que nos alcanzaba a todos. A veces había premios y otras, jugábamos solo por el honor; con 16, 17 años parecía bastar...  A mi me bastaba, como esa tarde que trajo fudge, un dulce de azúcar Inglés que ninguno de nosotros conocía; porque en esa época, de incipiente internet, la cultura extranjera aparecía así, en recortes pequeñitos que nos acercaban un poco...
El instituto donde pasé tantas tardes ya no existe más; no recuerdo si mutó antes o después de lo de Guingui pero una parte de mi quedó contendida allí; en esa galería que me vio crecer y esas aulas que me impulsaron a ser... una loca de las lenguas foráneas...
Me preguntó qué hacía y con cierta culpa le hablé de Alemán y, aunque a ella no pareció afectarle mi traición, me vi obligada explicar la causa de menudo cambio porque... sentía que se lo debía... Nos despedimos dos veces y la segunda me saludó en Alemán, para desterrar cualquier duda...
18 años pasaron ya y 20 y tantos más que conocí el Wonderland, esa tierra en la que fui tan feliz, sin siquiera notarlo; esa pausa que visito, fugaz (sin piedad), de tanto en tanto.


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