Entre tizas y pizarrones, Felices días, maestros.

Se llamaba Gladis. Bah, se llama; hace no mucho tiempo me la crucé por Azul, aunque estaba distinta, "de civil"; sin guardapolvo a cuadritos...
Por aquel entonces lucía unos rulos dorados -divinos- y no llevaba ningún anillo, eso llegó después... Y yo aún recuerdo, como si fuese ayer, la escena final de esa noche: ella de blanco, del brazo de él; yo, de la mano de mamá, mirándola, sin entender, por qué no podía quedarse... Fue en aquel parque, lo sé; el parque que hasta hoy sabe quitarme el aliento...
No me enseñó a leer ni a escribir, ni a sumar, ni a restar, ni tampoco a dividir; fue la primera que me hizo ver que estar lejos de mamá no puede ser tan terrible; a veces me gustaría volver y hacerle un par de preguntas...
Y pasó el tiempo... Llegaron Moni, Vero y algunos profes del alma -que festejan en unos días-.
No sé si fue el lunes, la humedad o la vida que, de tanto en tanto, osa pasarnos factura... pero elegí viajar, desconectar y recluirme allí, en ese refugio inmune que supo hacerme feliz, tantas veces... Cuando todo lo que importaba era la mesa redonda, con jugo y muchas "masitas"; el patio con sus baldozas... Los bancos y el pizarrón; las tizas con su color y el timbre que llevaba al recreo... Recreo, como el que quise tomarme hoy, para decir (¿Por qué no?) que a mí ya me hicieron feliz, que ahora les toca ellos. Ayer, hoy, y siempre:
¡ F e l i C e S ** D í A s ** M a E s T r O s!



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