De penas, de hartazgo... de miedo

Dicen que el cuerpo nos habla, pues bien; el mío hace ya tiempo que me hace eco... Yo siempre fui de somatizar; de usar mi cuerpo como un bastión o de paleta (quizá) de ping-pong, que recibe sin querer, sin posibilidad de escoger, los golpes que voy recibiendo...

A lo mejor sea solo un cúmulo de lágrimas que no caen; quizá sea solo hartazo o, tal vez,  solo se trata de miedo. No sé si es temor a fallar, a no ser capaz de llegar o, acaso, lo que me asusta en verdad es la inmediata posibilidad de hacerlo. Porque soñar es maravilloso, incluso romántico y cómodo; la parte de laburar (en pos de nuestro deseo) suele ser algo tedioso, pero términar... ¿Qué es eso? ¿Qué hay detrás del "ya está, lo lograste"? ¿Orgullo?, ¿emoción? Y un vacío inmenso. Es que ahí ya no hay marcha atrás, ni chance alguna de justificar los pasos aun no pisados para culminar el sendero, que ha de ser siempre prolijo, preciso, bien alemán... perfecto.  Sospecho que lo más desafiante es atreverse a confiar,  animarse a decir "soy capaz", sin temer, sin flaquear; como si se tratase de un juego, donde mucho más que ganar, importa siempre jugar, disfrutar, reir y aprovechar el recreo. Ojalá mi psiquis obtusa fuese capaz de creerlo, de entender que nada es letal, que todo -a b s o l u t a m e n t e   t o d o- es fugaz, y diera alivio a mi cuerpo. Ojalá que el hartazgo se hartara, ojalá no pesaran los pesos; ojalá las palabras no hablen, ojalá que no calle el silencio; ojalá las exigencias no exijan, y ojalá que los años de insomnio, renuncias y esfuerzo hagan valer lo cuesta atreverse a cumplir un sueño...

Hasta siempre, Abu

Yo no te pido que vueles alto, sino que descanses en paz, que es lo que tanto querías, lo que cada vez más repetías; lo que tanto escuché de tu voz...
Fue en un día de septiembre porque adorabas las flores. ¿Sabes que ya hay fresias en las esquinas? Sí, todavía conservo el florerito  ovalado que me compraste hace años: esta semana lo lleno de flores por vos... 
Ya sé que no fui una nieta ejemplar;  te llamaba salteadito, pero ¿sabés qué, abu? A nadie llamaba como a vos: Para mí llamarte era una ocasión especial y distinta, y buscaba el momento perfecto para dedicartelo entero; jamás te llamé al descuido, de camino o por compromiso ¿Y sabés qué, abu? Se me contrae el alma al recordar ese viernes en el que casi viajé para verte. En ese mismo momento se me nubló la mirada;  como si acaso hubiese sabido que el tiempo se nos escurría, que ya quizá no podría,  que habría sido el adiós. Eso también me quitaron...
De golpe afloran tantos recuerdos tuyos: la plata que me dabas a escondidas, el timbre que sonaba puntual a las 10 de la mañana; tus vestidos largos, los domingos al mediodia, el mate por demás endulzado, el matecito chiquito y blanco,  los ravioles de verdura que hacías con tus propias manos;  el ladrillo caliente para la cama helada, la tele con poco color;  las gallinas, ¡el Chupino! Tus 80 en el  pelotero, tus 88 aún mas concurridos, tus 90 en una pantalla; los reproches, tus enojos... El amor...
¿Sabés que me desperté justo cuando partías? Yo creo que pasaste para despedirte. Sí,  ya sé, es raro, pero así soy yo,  y te lo juro, abuelita, que ya lo tenía pensado, que era hasta quizá lo esperado  y sin embargo, no sabés cuánto dolió...
Sé que te fuiste tranquila y elijo  soltarte y pensar que, quizá, te rencontraste con el abuelo; y que ya tu espalda no pesa y que podés comer cualquier cosa sin que duela la panza, y que quizás, algún día, la que te vuelva a ver sea yo... Hasta ese entonces, Carmela, elijo quedarme con tu sonrisa y esa alegría genuina que me mostrabas y transmitías, por solo escucharme la voz...

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no lo tomes a mal". Yo estaba sola en la calle, esperando un auto para ir a un cumpleaños y solo atiné a responder, total y absolutamente aturdida: "Papi, ¿sos vos? ¿Sabés quién soy yo?", con la voz entrecortada y un millón de palabras tejiéndose detrás de mi frente. "Sí, mi amor, todo el día me acuerdo de vos", respondió, y yo me mantuve en pie solo porque no había quién pudiera levantarme, pero juro que salí de mí. Fue tan grande la emoción que no atiné a reparar en que me había llamado Lucrecia. Casi que no me importó; ¿qué digo "casi"?: no me importó una mierda. ¿Y cómo tomarlo a mal? ¿Era realmente él? ¿Volvió? ¿Es acaso posible? 

Hace ya casi un año que mi papá no es él; dejó de caminar, de comer, de reconocer... de ser; deambuló por hospitales, lo vieron decenas de médicos y nadie nos dio solución; hasta osaron sugerir que debíamos resignarnos, pero nadie se resignó... Sospecho que fue lo más triste que me ha tocado vivir; pararse frente a alguien que amás y que te diga sin culpa alguna y con total honestidad que no sabe quién sos te destruye el alma; te la parte en mil pedacitos chiquitos que no se pueden unir. Recuerdo que la primera vez que me lo dijo, fue eso lo que sentí: algo se rompió dentro de mí y permaneció así, roto y desparramado, hasta el sábado 6 de abril, en que decidió despertar para pegarme los pedacitos.

No sé cómo interpretar esto que estamos viviendo; una mezcla de confusión, ilusión... y miedo. ¿Es verdad que regresó? ¿Entonces no hay vuelta atrás? ¿Cómo saberlo? Solo sé que a partir de ese sábado me despierto soñando que sí, que es real, y cuando alguien de Azul lo confirma, respiro aliviada y sonrío... Y deseo con todas mis fuerzas que para siempre sea así; que pueda volver a mirarlo y contarle todo lo que antes no pude: lo que avancé en la facu, que me saqué muchos dieces, ¡que aprobé lengua 6!, que estoy pensando en mudarme... Que aprendí tantas cosas...  Que lo extrañé horrores, que lo quiero con toda mi alma y que mi mundo se llenó de color, desde que pudo volver a pararse, volver a llamarme "hija" y recordar quién es él.


Entre el silencio y tu no

 "¿Sabés quién soy yo?", pregunté con la inocencia de una niña que no conoce de penas; él me miró bien fijo y respondió que no, y entonces un millar de flashes se enredaron en mi frente: la pollerita a cuadros celestes, los paseos de su mano, los refranes oportunos, el parque, la complicidad, los antojos dulces, sus "te quiero"... En realidad, él era más del "yo también", o de "y... un poquito", con cierto tono jocoso, pero estaba bien... Me había acostumbrado ya a su mirada triste, a su pisar más lento, a su cojera y hasta a sus quejas, reclamos y cambios de humor, pero a esto no puede uno acostumbraste; a esto, no.

¿En qué putísimo instante se fue todo al carajo? Lo recuerdo cabizbajo, levantarse con pesar y dolor... Juro que hicimos todo lo que creímos correcto. Pero no alcanzó...

Pasaron muy pronto los días, los meses y la respuesta jamás cambió. ¿Qué duele entonces más: creer que sí o resignarse a que no? Si de repente yo siento que es él; cuando me mira  y me guiña el ojo, cuando al descuido me llama "nena" o "mi amor"; aunque entre medio deambulen duendes, hadas y algún que otro motor...

Yo creo que es algo complejo explicar lo que pasa al escuchar la respuesta; es como perder de repente el abrazo seguro, el refugio, el mundo de lo conocido, ¿el amor? No importa la edad que tengas, en ese preciso instante volvés a tener 4 o 5, en tu casa de la infancia, en un domingo de sol...

Hace ya tanto no te veo sonreír, te extraño tanto, papá: me hacés tanta falta, viejo... ¿Sabés que este año me saqué un montón de dieces? Qué putada del destino no compartirlos con vos... ¿Será que es acaso egoísta querer traerte de vuelta, cuando en tu mundo el dolor no duele, el pesar no pesa  y el miedo no tiene voz? ¿Cómo hago entonces para evitarlo, si  siento un cielo vacío y una aflicción en el alma desde que dijiste que no...? Solo quiero escuchar de tu boca decirme que soy tu hija; que me pidas un chocolate (o helado), que pelees otra vez a mamá, que solo vive para tu vida;  que puedas ponerte de pie y volver a alentar a Ortelli; y que comamos asados y putees con furia porque se te cae algo y que nos riamos otra vez de todas esas cosas insensatas que daban sentido a  mi mundo, cuando todavía eras vos...

Los hilos que no se ven

¿Será que existe el azar, la suerte, la eventualidad? ¿Acaso hay un molde inusual;  tejidos que debemos hilar, ovillos que desovillar? ¿Será que alguien, en algún lugar,  se puso una vez a trazar caminos que debemos andar? Me resistía a aceptarlo pero, de otro modo, sino, ¿cómo se puede explicar...?

Yo no pensaba ir; era mi amigo del alma, pero estaba ya re podrida de ir a todos los "casorios" sola y, para rematar, acá no conocía a nadie por fuera de la pareja de novios. Con mucho dolor, le tuve que decir que no, que me disculpara, que no podía hacer otra cosa. Y no me moví de ahí, hasta la semana anterior, cuando me carcomió la culpa y se me dio por mirar dónde sería el festejo. Million no era tan lejos de casa y eso significaba que podría pasar un ratito, saludar a mi amigo querido y, sin que nadie lo notara, tirar la bomba de humo... ¡Ja! Qué ilusa...

Con esa estrategia en mente, salí a buscar un vestido; ir solo por un ratito no significaba ir mal, así que me propuse ponerme linda (como pude). Llegué temprano; la cita era era a las 11 y estimo que 11:15  ya estaba ahí. Sábado 16 de marzo de 2019.

-Hola, amigo, ¡Qué lindo estás!

- Gracias, amiga (bla bla bla)... Ma, llevala con Charly y los chicos.

-¿Y cómo la presento? Yo no la conozco.

- jaja, es Lu.

"Hola, ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Yo soy Lu", dije como al pasar, disimulando muy bien que ya no sería lo mismo...

Me pasé toda la tarde con una pareja que me cayó 20 puntos (y que jamás había visto), deambulando entre los pocos rostros que recordaba un poco, tomando Aperol  sin discreción y aprovechando cada ocasión para acercarme a él; aunque jamás lo notara...

Llegando al final de la fiesta, la que pensaba huir (casi entre escobas y papel picado...), osó lanzar al pasar (sin siquiera titubear): "yo estoy como para seguirla"; "yo también", respondió él, y hasta ahí nos llegó el impulso. Casi sin darnos cuenta, estábamos afuera otra vez, los últimos invitados, tratando de elucidar cómo regresar a casa. "Te llevo", atinó él, y mi único bastión de mesura lo levanté ahí, cuando respondí, sin dudar, que él no estaba para manejar y yo mucho menos, para oficiarle de acompañante.  Así que me pedí un Uber (en realidad fueron dos, pero eso no viene al caso) y me fui. No hubo un beso, ni un abrazo, ni un quizá; solo un "nos vemos", de esos que no  suelen cumplirse...

Pasaron los meses y, entre tanto, no perdí oportunidad de recordarle a mi amigo lo mucho que me interesaba Charly y él, como buen amigo también, me repitió unas 20 mil veces que Charly estaba casado...

Una mañana cualquiera, al tiempo, me sorprendió un mensaje. No recuerdo muy bien qué decía; solo que respondí y eliminé el contacto. Desconocía su situación, pero tenía clarísimo que yo ya no estoy para un rato...

Pasaron unos meses más, quedé varada en New York y estalló la pandemia, junto a una serie de males que para entonces desconocía... Justo a mediados de julio, en medio de su cumpleaños, mi amigo me convidó por WhatsApp, hablando de peras y monos, un "yo tengo novedades para vos, pero no sé si contártelas" y yo, que tenía la idea bien fija (y estaba podrida de estar sola en el monoambiente) no dudé ni un instante que se trataba de él.  Charly se había separado (por fin). Yo tenía razón y una emoción singular de las que no recordaba... Que "escribile", "que me escriba él", que "yo ni loca lo hago", que pum que pam que... Pasadas 24 horas (y para borrar un malentendido), le escribí yo; tan solo para aclararle que jamás lo había bloqueado (aunque jamás me creyó). Y ahí empezó lo mejor: mensajes adolescentes, excusas absurdas para llamar su atención, esperar ansiosa cualquier reacción; putear contra la pandemia y no lograr aceptar que la vida se emputeciera así... Aunque no tanto: unos 10 días después, aprovechando su credencial de "esencial", me vino a visitar a casa y ya nunca jamás se alejó. No, no la tuvimos fácil, ninguno de los dos, pero a él le tocó lo peor: acompañarme en mis momentos más duros... Me bancó como nadie jamás me bancó y sigue todavía acá, sosteniendo bien firme mi mano cuando me asaltan las dudas, cuando me muero de bronca (o miedo), cuando tropiezo otra vez (una y otra vez) con la misma puta piedra; cuando necesito hablar (o putear), cuándo no sé ya más qué hablar y también cuando quiero reír, beber, pasear (VIVIR), a su lado... 2 años y 9 meses después. 

Me resistía a pensar que existiese en verdad algo llamado destino, pero entonces, quizá, no lo podría explicar...

Felices 20 (de nuevo)

En mis primeros 20, recién aterrizaba en la city; en semejante selva feroz que me abrigó en mi vuelo. No conocía el dolor; era más bien idealista, recorriendo pasillos sucios, atiborrados de letras (y sueños). 

En mis primeros 20, no había dicho jamás "Te amo", el cuore no tenía hilos y una ingenuidad sinigual me disfrazaba los miedos...

En mis primeros 20, no murmuraba "te extraño" o "te quiero"; no había aprendido a abrazar y rellenaba renglones (y sobres), con besos multicolores que fantaseaban reencuentros... No había recorrido el mapa y desconocía, también, la magia que encierra un lenguaje; lo mucho que aturde el silencio... 

Luego de esa mitad, y casi sin respirar, la vida me zamarreó, sin remedio. Aparecieron los traumas, las pérdidas más dolorosas, los refugios más oportunos y un bastión de recuerdos...

Me recibí una vez, me enamoré, también...  3 veces (y un medio). Me mudé sola por primera y por segunda vez  (Sep; envicié un poquito al respecto...) Volví a estudiar y a soñar, noch einmal, en un pupitre pequeño. Viajé sola por primera vez y me encontré por fin, entre los mil desaciertos. Sufrí accidentes graciosos; algunos también más serios... Entré 2 veces en el quirófano; frecuenté hospitales y médicos, conocí muy de cerca al sufijo oma, en primera y en tercera persona, y tuve muchísimo miedo... Aprendí lo que significa frenar, cuando tu cuerpo te mete el freno.  Asumí que los héroes también tropiezan, aunque nos cueste (y duela) tanto... creerlo.

Emis segundos 20 conocí el amor, pero el amor en serio. Crecí,  lloré, viví (y lo intento). Fui tía por primera vez y luego, por fin, de nuevo. Trabajé en un montón de cosas y aún... Aún no sé bien qué quiero... Aprendí a decir que no, sin tener que justificar; empecé a decir que sí, cuando en verdad lo siento y comencé también a abrazar, y a hablar, y a gritar y también a decir "te quiero". Aprendí que está bien fallar, bueno... Eso en verdad, más o menos =)

Empecé a consentirme más (y a limitarme menos), a respetarme las ganas (los tiempos...); a obedecer la intuición; a actuar solo por convicción...  Cumplí algún que otro sueño. Aprendí que la vida no espera, que hay que saber perder el control porque en verdad, tampoco eso tenemos... Que los momentos chiquitos son siempre los más gigantes; que las personas que amamos son siempre nuestro asidero: que pedir ayuda no es malo, que es necesario hacerlo... Que nada ni nadie nos indicó el camino y que hay que atreverse a andar y a pisar, sin flaquear, cada baldosa (y el cielo...)

Muy feliz cumple, a mí.

Felices 20, de nuevo =)


Te odio

Te odio por la manera en que me mirás, cálida, dulce... discreto.
Te odio por tus silencios; justos, precisos, perfectos.
Te odio por tus consejos que soy incapaz de seguir, quizá porque no me atrevo.
Te odio por mis ganas de vos, que no se callan -que no consiento-.
Te odio por ese andar, por esa forma de hablar, de mirar, de serlo...
Te odio porque- aunque muera de ganas- amarte, sencillamente, no debo.

6 de agosto de 2018
(lo encontré entre borradores)

De penas, de hartazgo... de miedo

Dicen que el cuerpo nos habla, pues bien; el mío hace ya tiempo que me hace eco... Yo siempre fui de somatizar; de usar mi cuerpo como un ba...