Dicen que el cuerpo nos habla, pues bien; el mío hace ya tiempo que me hace eco... Yo siempre fui de somatizar; de usar mi cuerpo como un bastión o de paleta (quizá) de ping-pong, que recibe sin querer, sin posibilidad de escoger, los golpes que voy recibiendo...
A lo mejor sea solo un cúmulo de lágrimas que no caen; quizá sea solo hartazo o, tal vez, solo se trata de miedo. No sé si es temor a fallar, a no ser capaz de llegar o, acaso, lo que me asusta en verdad es la inmediata posibilidad de hacerlo. Porque soñar es maravilloso, incluso romántico y cómodo; la parte de laburar (en pos de nuestro deseo) suele ser algo tedioso, pero términar... ¿Qué es eso? ¿Qué hay detrás del "ya está, lo lograste"? ¿Orgullo?, ¿emoción? Y un vacío inmenso. Es que ahí ya no hay marcha atrás, ni chance alguna de justificar los pasos aun no pisados para culminar el sendero, que ha de ser siempre prolijo, preciso, bien alemán... perfecto. Sospecho que lo más desafiante es atreverse a confiar, animarse a decir "soy capaz", sin temer, sin flaquear; como si se tratase de un juego, donde mucho más que ganar, importa siempre jugar, disfrutar, reir y aprovechar el recreo. Ojalá mi psiquis obtusa fuese capaz de creerlo, de entender que nada es letal, que todo -a b s o l u t a m e n t e t o d o- es fugaz, y diera alivio a mi cuerpo. Ojalá que el hartazgo se hartara, ojalá no pesaran los pesos; ojalá las palabras no hablen, ojalá que no calle el silencio; ojalá las exigencias no exijan, y ojalá que los años de insomnio, renuncias y esfuerzo hagan valer lo cuesta atreverse a cumplir un sueño...