Había aprendido que el miedo era esa grieta ambiciosa capaz de filtrarle sus sueños y quiso, por un instante, sellar aquella rendija.
Dibujó por enésima vez el tenue contorno en sus ojos y sonrió a su reflejo. Un guiño despreocupado la sorprendió.
El ring se anticipó a su coraje y, en medio de acordes dispares, una bocanada de aire la entorpeció. Entonces, un flashback inoportuno se precipitó en su frente y le compartió sus escenas (y el guión). Ninguna subsanó las preguntas que naufragaban inquietas. Sucede que ya era tarde para debatir sobre intentos; su endeble burbuja ilusoria había envejecido esa tarde y ahora... solo quedaba una opción.
Volvió a acondicionar su sonrisa y se aventuró hacia la puerta. Catorce escalones y el pasillo blanco; la llave en la mano y la puerta que abrió. La taquicardia imprudente se arrodilló ante sus ojos y le tendió su mano para invitarlo a pasar.
El resto fue casi anecdótico, la uva brillante y helada colmó de magia la pausa y adelantó, sin permiso, el reloj...
La noche se entremeció con prisa entre beso y beso y tras sonrisas calladas siguió su viaje y huyó. Como vigilando sus pasos también se alejaron ellos. 28 escalones recorrió su falda; él solo 14 la acompañó. Los golpecitos inquietos ya no tenían prisa, pero ese par de agujas obtusas no preguntó.
Al cabo del último beso volvió a agrietarse aquel hueco; se tropezó distraída y cayó... Asumió que sería absurdo ponerse a escalar a esas horas y decidió no apurarse. Se acurrucó en silencio, y durmió...
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De penas, de hartazgo... de miedo
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