Dos corbatines rojos y un traje de color gris, intenso...

No sé cómo fue que llegué hasta acá pero ya no me puedo alejar (lo siento) y a riesgo de pecar de cobarde, tampoco me puedo quedar (no debo), aunque entre el querer y el deber (ya lo aprendí muy bien) hay un océano inmenso...
No... no es que no quiera querer: es que no puedo hacerlo. Es como si cada no y "Yo jamás" hubiesen venido por mí, a embargarme lo que les debo, y yo, mendigando dádivas, sin atreverme a alegar tan despótico precio; no es que me falte valor, es que me sobra criterio...  y ganas de vos (y miedo).
"El tiránico imperio del absurdo, los oscuros desvanes del deseo", juraba Joaquín y me convenció sin esfuerzo, mientras legitimaba las horas que estuvimos juntos, los dos, sin querernos; desde corbatines rojos, la escala celeste y blanca, la noche del primer adiós, los brindis (los reencuentros), y dos ojos inimputables, frente a una obstinada fiscal que osó sentenciar su intento... 
"Estamos en la edad perfecta para quedarnos con la culpa...", murmuro casi sin voz, como para callar el temor que pone en jaque al silencio... Y me repito que no, mientras me juro sí, que al final, de eso se trata de vivir: de sentir, de volar... de animarse a correr el riesgo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...