Me puede el perfume de la casa recién limpiada y la sencillez -del placer- de las sábanas a estrenar, que simbolizan -también- la chance de volver a empezar, siquiera en lo más banal, de nuevo.
No sé cómo ni por qué pero ordenar la casa atempera mis miedos, como una suerte de Feng Shui improvisado que, sin embargo, resulta... Como esa cuota de azar -fugaz- que, sin dudarlo, te impulsa, a transgredir -sin piedad- la ruta que viene recto, y bifurca.
Soy ese mix impiadoso que tergiversa el acierto: un poco de sí y de no y tanto no sé -entre medio-, allí donde me traiciona el gris, impune, naiv, sagaz... tan cierto. Y asumo que son esas curvas las que me hacen ser, sin llegar a ser -sin serlo-, como una suerte de cabestrillo -mordaz- que tergiversa el intento, que oscila entre lo carnal y lo etéreo; entre el "por supuesto que sí " y el "no se te ocurra hacerlo"; entre la moral rigurosa y el laberinto de yerro...
Soy el pensar y el sentir, enmarañados y rengos; la mudez y el bullicio, los quiero y los puedo; los porque sí y porque no y también el diagnóstico atroz -sin piedad- y eterno...
Y todo eso soy yo; la avidez de excelencia y las chicanas furiosas que me resguardan de serlo, haciéndome más mujer, más real, más feliz... sin remedio.
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