De rinconcitos y huecos...

El dulce de membrillo siempre fue de papá, con queso. Si le sumamos un té (y tal vez un poquito de pan...) me atrevo a arriesgar -sin dudar-  que es la mejor de sus cenas. Yo siempre preferí de batata, sin queso ni tampoco pan; solito y original y, por supuesto, de noche; en ese momento puntual, justo después de cenar, en que a mí -al igual que a papá- me da un no sé qué singular que no se alivia con fruta. Entonces, asoma mamá y el rinconcito especial -que nadie osa asaltar- y que refugia, sin más, secretos de los más dulces. Ella no sufre esa urgencia y, si acaso tuviese que optar, prefiere el que se hace con leche...
Hace ya un par de días que tengo escondido este antojo y tanto es así que anoche, cuando volví de cenar, hice una escala puntual que... sobrepasó mi sorpresa: no era el que hace mamá ni el que come papá; ni parecía membrillo...  Tal vez, el dejo fingido -ireal- de mi vecino impostor también me decía algo...  
A veces, corremos tanto -sin respirar- que no paramos para escuchar (ni escucharnos), hasta que oprime el alma y ahí... ahí no hay dulce que baste, y menos si no es de verdad. Hay huecos que nos envuelven y apenas nos dejan espiar, por la rendija porfiada y letal que nos confunde y marea para -aturdidos- andar, perdiendo riegos, corriendo ritmos...
No importa las vueltas que dé, los pozos en que ose caer; el dulce de membrillo siempre será de papá y yo, una turista casual que intenta entender que, en verdad, no hacen falta cajitas para sentirlos conmigo...




4 comentarios:

Lucrecia, papá Rubén

"Lucrecia, papá Rubén", dijo de repente una voz familar, a través de un número deconocido, junto con un tanto enigmático "no ...