No era la pluralidad de verbos lo que determinaba su eco y era por ello que su afonía no resultaba arbitraria. No obstante, ahora, le incomodaba la pausa...
Aquello del puente fugaz, sabía, no había sido su mejor idea. Lo supo a penas lo miró a los ojos y lo recordó (una vez más) cuando lo tuvo en sus brazos.
Los años de sombras, de calma y mudez se habían esfumado de golpe. Incluso la ilegalidad había cambiado de forma. Y ese pisar, sin pesar, aturdió el obtuso silencio, en tan herido regazo.
La torpe dialéctica se entrometió en sus pisadas, otra vez y no era solo su dinamismo el que alteraba su calma, sino la prisa confusa de tantas líneas... opacas.
Nada podía ya hacerle: se replicaban los nudos y se enredaban sus alas... La sombra de tanta luz, cubrió sin tregua su voz y la atacó por la espalda; una vulgar opresión ensordeció sus oídos y sin compasión ni piedad, selló la rendija de luz y obnubiló, muy a prisa, su alma...
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Lucrecia, papá Rubén
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