"Yo te quiero", le dijo ella... "Yo también te quiero", replicó él y nunca antes había sido la semejanza tan desigual. Él sin duda la quería; ella, en cambio, lo quería a él...
Inviernos, otoños, veranos osaron discurrir con prisa por sus agendas, mientras la vida seguía su curso, sin preguntarles jamás... sin esperarlos...
Habría adoptado su diario, su voluntad, sus defectos; mas solo copartían ratitos; escuetos, fugaces (chiquitos).
Jamás le sostuvo su mano ni la abrazó por la espalda; no hubo cine, ni flores ni eventos; siempre palabras, susurros... momentos. El desde luego lo sabe (lo aprueba); ella también lo sabe, más no se resigna y espera...
Tantísimas veces se alejó de él y se juró olvidarlo o al menos, tal vez, aceptar. Más nunca se fue del todo, nunca logró dejarlo... Sin prisa y con calma vuelve a esperar esa voz y se aventura a soñarlo. El ni siquiera sospecha; ella en silencio lo acepta, para volver a negarlo. Pero sus pausas no duran, tampoco sus no... y vuelve el reloj a juntarlos, con plena pasión (sin testigos); siempre en oscuros rincones, sin proyección... tan furtivos...
Una y mil veces amará a Joaquín, cuando pensar y sentir discurran a contramano, y decidirá aceptar, sin más, solo esos ratos discretos, poco prudentes (y escasos). y le dirá "te quiero" y escuchará un "yo también", sin atreverse, jamás, a cambiarlo...
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Lucrecia, papá Rubén
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¿Será que existe el azar, la suerte, la eventualidad? ¿Acaso hay un molde inusual; tejidos que debemos hilar, ovillos que desovillar? ¿Será...
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