El viernes todo está bien; no tiene nada que ver con el lunes, que tiene mala fama per se y que, aunque tantas veces nos ha deslumbrado, no basta.
El viernes no precisa mucho más; no es como el martes, que se queda ahí, mirando por encima del hombro al primo que se va sin chistar pero que, incluso cuando no está, molesta.
El viernes es algo especial; incluso se puede sentir ya desde el mismo jueves, cuando sin temor (ni culpa de ningún tipo) deslizamos un deliberado: "total mañana es viernes..."
El viernes es ese día en que, porque sí, todo parece posible; el día en el que nos atestamos de planes (mentales) y visualizamos (sin pensar) al menos diez escenarios distintos y, aunque no concretemos nada, esa emoción (y poder) de esperar (y creer) que todo puede llegar a ser, alcanza. Porque la carga que tiene el viernes no pesa; porque si a lo largo del finde, tan solo miramos el techo, tejimos un gorro al chochet o nos atiborramos de helado, la culpa la tiene el domingo, el ogro gruñon (contrariado) que, sin piedad (con rencor), nos resfriega todos los males.
No importa cuánto lo intentes: el lunes siempre te cuesta, el martes lo pasás peor; el miércoles se queda ahí, en esa suerte de gris (de limbo) y es recién cuando llega el jueves, o la antesala del bendito viernes, cuando llega ese no sé qué, que motiva.
Es loco porque, si me pongo a pensar, los hechos más significativos no los viví un viernes y no obstante, sigue imperando ahí, y abriéndose paso a sus anchas. Y no es que lo vea mal, pero me parece injusto: me recibí por primera vez un miércoles, mis primeras dos sobrinas nacieron un lunes, y no puedo recordar con exactitud, pero sospecho que también fue un día de semana cuando llegó Pili...Viajé sola por primera vez un lunes; conocí mi tan anhelado Londres un miércoles, aterricé en Alemania un martes, mi alta más esperada la recibí un jueves, y fue en la tarde de un sábado que regresó papá. Y así podría seguir... Con las altas de mamá, los exámenes aprobados, los besos más esperados, los logros no imaginados y tantas (tantísimas) cosas más que no sucedieron un viernes. Pero igual no alcanza. Y asumo que no va alcanzar, así que se me ocurrió que (quizá) podíamos hacer un pacto: sigamos vanagloriando al viernes, mientras que de puntillas y sin avisar, un día de poco de esperar, nos cae de golpe (sin más) porque no hubo tiempo (ni espacio) para soñar, una emoción (un plus) de regalo.